Frey es el dios de la fertilidad y del sol naciente. Es hijo de Njörd y de Nerthus, un dios Vanir nacido en Vanaheim.
Fue cálidamente bienvenido en Asgard cuando llegó allí como rehén tras la guerra entre los Aesir y los Vanir, junto a su padre y a su hermana Freyja.
Como era costumbre entre las naciones nórdicas conceder algún regalo valioso a los niños cuando salía el primer diente, los Aesir le entregaron al joven Frey el bello reino de Alfheim, el hogar de los elfos de la luz. Allí tomó su residencia, junto con la compañía de los elfos, quienes obedecen todas sus órdenes y obran de buena manera, pues son seres preeminentemente benéficos.
Frey también recibió de los dioses una maravillosa espada, un símbolo de los rayos del Sol, que tiene el poder de vencer en la lucha por su propia voluntad, tan pronto como sea desenvainada. Frey la usa especialmente contra los gigantes de hielo, a quienes odia casi tanto como lo hace Thor.
Los enanos de Svartalfheim le dieron a Frey un jabalí de oro, Gullinbursti, una personificación del sol.
Cuenta la leyenda que el jabalí (rasgando la tierra con su afilado colmillo) habría sido el primero en enseñar a la humanidad el arte del arado.
Frey cabalga a veces sobre el maravilloso jabalí, cuya velocidad es increíble. En algunas ocasiones, lo amarra a su carro dorado, del cual se dice que contiene frutas y flores que él esparce abundantemente sobre Midgard, propiciando la fertilidad de la tierra.
Frey es, además, el orgulloso propietario del intrépido corcel Blodughofi, el cual cabalga a través del fuego y el agua a sus órdenes.
También posee un barco mágico, Skidbladnir, una personificación de las nubes. Esta embarcación, que navega sobre tierra y mar, es arrastrada siempre por vientos favorables y es tan elástica que puede asumir proporciones lo suficientemente grandes como para transportar a los dioses, sus corceles y todo su equipaje, pero como también ocurre con Mjölnir, el martillo de Thor, puede reducir su tamaño para poder ser guardado en un bolsillo.
En uno de los cuentos de las Eddas, se relata que Frey se aventuró en una ocasión a ascender hasta el trono de Odín, desde cuyo elevado asiento contemplaba todo el ancho mundo. Mirando hacia el Norte, vio a un joven y bella doncella que entraba en la casa del gigante de hielo Gymir y al elevar su mano para asir el picaporte, su belleza radiante iluminó mar y tierra.
Un momento más tarde, esta adorable criatura, cuyo nombre era Gerda, y que es considerada como la personificación de las relucientes luces del Norte, se desvaneció dentro de la casa de su padre y Frey regresó pensativamente hasta Alfheim, con su corazón oprimido del anhelo de convertir a esta bella doncella en su esposa.
Enamorado profundamente, se tornó melancólico y distraído en extremo, y comenzó a comportarse tan extrañamente que su padre, Njörd, se alarmó mucho por su salud y le ordenó a su sirviente preferido, Skirnir, que descubriera la causa de su repentino cambio. Tras mucha persuasión, Skirnir finalmente logró obtener de Frey su confesión de amor y también su más profunda desesperación, ya que Gerda era la hija de Gymir y Angrboda, y una familiar del gigante asesinado Thjassi, por lo que temía que nunca viera su petición favorecida.
Skirnir, sin embargo, replicó de forma consoladora que no veía la razón por la que su señor veía el caso de forma pesimista y se ofreció a ir y cortejar la doncella en su nombre, si Frey le dejaba su corcel para el viaje y le entregaba su reluciente espada como recompensa. Muy alegre ante la perspectiva de ganarse a la bella Gerda, con gusto le entregó a Skirnir su brillante espada, además de permiso para que usara su caballo. Pero pronto recayó en el estado de ensimismamiento que se había hecho habitual en él desde que se había enamorado y, por tanto, no se dio cuenta de que Skirnir se encontraba todavía cerca de él ni de cómo le robaba astutamente el reflejo de su rostro desde la superficie del arroyo cerca del cual se encontraba sentado, tras lo cual lo aprisionó dentro de su cuerno de bebida, con la intención de derramarlo en el vaso de Gerda y con su belleza ganarse el corazón de la giganta para el señor, para el cual estaba a punto de irse de cortejo.
Con este retrato, junto a once manzanas doradas y el anillo mágico Draupnir, Skirnir partió hacia Jotunheim, para cumplir con su embajada. Mientras se acercaba a la morada de Gymir, oyó el ruidoso y persistente aullar de sus perros guardianes, que eran personificaciones de los vientos glaciares. Un pastor que se encontraba velando por su rebaño cerca de él le contó, ante sus preguntas, que sería imposible acercarse a la casa, debido a la barrera de fuego que la rodeaba. Pero Skirnir, sabiendo que Blodughofi atravesaría cualquier fuego, solamente espoleó su caballo y llegando ileso hasta la puerta del gigante, se vio pronto anunciado ante la presencia de la adorable Gerda.
Para tratar de que la bella doncella prestara oído favorable a las propuestas de su señor, Skirnir le mostró el retrato robado y ofreció las manzanas doradas y el anillo mágico, los cuales, sin embargo, ella rehusó altaneramente aceptar, declarando que su padre tenía oro de sobra.
Indignado ante su desdén, Skirnir amenazó entonces decapitarla con su espada mágica, pero ya que ello no asustó en lo más mínimo a la doncella, y tranquilamente le desafió, tuvo que recurrir a las artes mágicas. Grabando runas en su vara, le comunicó a ella que a menos que cediera antes de que el hechizo concluyera, se vería condenada o bien al celibato eterno o a desposarse con algún gigante de hielo viejo a quien ella nunca pudiera amar.
Aterrorizada ante la aterradora descripción de su sombrío futuro, Gerda consintió finalmente convertirse en la esposa de Frey; no obstante pidió para su padre la mágica espada, prometiendo reunirse con su futuro esposo en nueve noches, en la tierra de Buri, la arboleda verde, donde ella disiparía su tristeza y le haría feliz.
Encantado con su éxito, Skirnir regresó veloz a Alfheim, donde le recibió Frey ansioso de conocer el resultado de su viaje. Cuando supo que Gerda había consentido en convertirse en su esposa, su rostro se iluminó por la alegría. Pero cuando Skirnir le informó que tendría que esperar nueve noches antes de poder contemplar a su prometida, volvió a entristecerse, declarando que el tiempo se le haría interminable.
“Una noche es larga, dos lo son más.
¿Cómo podré esperar durante nueve?
Antes un mes pasaba más rápido
que media noche de bodas”
A pesar de su abatimiento de amante, sin embargo, el tiempo de espera llegó a su fin y Frey se dirigió veloz y dichosamente hasta la verde arboleda, donde fiel a su compromiso, encontró a Gerda, la cual se convirtió en su feliz esposa y se sentó orgulloso a su lado en su trono.
Se dice que Gerda es una personificación de la Tierra, la cual, dura, fría e inflexible, se resiste a las ofertas del dios de la primavera de adorno y fertilidad (las manzanas y el anillo), desafía a los resplandecientes rayos del Sol (la espada de Frey) y sólo consiente recibir su beso cuando se entera que de otro modo se verá condenada a la aridez perpetua o entregada enteramente al poder de los gigantes de hielo. Las nueve noches de espera son símbolos de los nueve meses de invierno, al final de los cuales, la tierra se convierte en la prometida del Sol, en los bosques donde los árboles están brotando con hojas y flores.
Se dice que Frey y Gerda se convirtieron en los padres de un hijo llamado Fjolnir, cuyo nacimiento consoló a Gerda por la pérdida de su hermano Beli. Éste había atacado a Frey y había sido muerto por él, aunque el dios del Sol, privado de su incomparable espada, se había visto forzado a defenderse con un asta de venado que había cogido apresuradamente de la pared de su residencia.
Además del fiel Skirnir, Frey tenía otros dos asistentes, una pareja casada, Beyggvir y Beyla, las personificaciones de los desperdicios y el estiércol del molino, dos ingredientes que, al ser usados en la agricultura con motivos fertilizantes, eran consiguientemente considerados como fieles sirvientes de Frey, a pesar de sus desagradables cualidades.