Que el velo entre ambos mundos prácticamente desapareciera en esta tercera noche, era visto de una forma positiva, pues las almas de los antepasados y seres queridos podrían reunirse nuevamente con los vivos. De hecho, se realizaban grandes banquetes con comida y bebida en abundancia, dejando las ventanas y las puertas del hogar abiertas, así como asientos vacíos en la mesa, para que los espíritus de los seres queridos pudieran entrar y reunirse de nuevo con sus familias. Pero también era peligroso, pues también estaba la puerta abierta para las entidades malignas.
Es por ello, que los celtas creaban grandes hogueras durante esa noche, hogueras que tenían dos funciones: por un lado, la luz guiaba a los espíritus benignos de vuelta a sus hogares, y al mismo tiempo, ahuyentaba a los espíritus malignos.
Los druidas, sacerdotes celtas, se vestían con pieles de animales y pintaban sus rostros para comunicarse con los muertos. De ahí llega hasta nuestros días la tradición de disfrazarse en Halloween.
Otra costumbre de los celtas era la de elegir a un grupo de personas, que se encargarían de ir casa por casa pidiendo ofrendas de comida para los muertos. Esto mantendría a los espíritus contentos. Se cree que es el predecesor del típico “truco o trato” tan popular en nuestros días.
En cuanto a las populares calabazas de Halloween, existe un viejo relato popular irlandés que habla de Jack O’Lantern, un irlandés tacaño, pendenciero y con fama de borracho. El diablo, a quien llegó el rumor de tan negra alma, acudió a comprobar si efectivamente era un rival de semejante calibre. Disfrazado como un hombre normal acudió al pueblo de este y se puso a beber con él durante largas horas, revelando su identidad tras ver que en efecto Jack era un auténtico malvado.
Cuando Lucifer le dijo que venía a llevárselo para hacerle pagar por sus pecados, Jack le pidió que bebieran juntos una ronda más, como última voluntad. El diablo se lo concedió, pero al ir a pagar, ninguno de los dos tenía dinero, así que Jack retó a Lucifer a convertirse en una moneda para demostrar sus poderes. Satanás lo hizo, pero en lugar de pagar con la moneda, Jack la metió en su bolsillo, donde llevaba un crucifijo de plata. Incapaz de salir de allí, el diablo ordenó al granjero que le dejara libre, pero Jack respondió que no lo haría a menos que prometiera volver al infierno para no molestarle durante un año.